Alberto Barrera Tyszka
Puedes jugar desde tu casa, en bermudas y en
chancletas. Con un vaso repleto de hielo y de escocés muy cerca de una
de tus manos mientras, con la otra, controlas el teclado y disparas
relámpagos y te entregas a vivir, días tras días, la eterna batalla
final.
Es una épica sabrosa, respeta tus horarios, tus urgencias personales. Puedes, por ejemplo, detener el combate en cualquier momento y, durante media hora, hablar por teléfono
con otro furioso guerrero para comentar la jugada anterior o la hazaña
que viene. Puedes también hacer una siesta y regresar más repuesto a la
lucha. Se trata, sin duda, de una heroicidad con bastantes ventajas. Una
de ellas, fundamental, es que nadie te ve. Puedes ser un valiente que desafía a un general en el teléfono celular
mientras, al mismo tiempo, estás tendido en tu cama viendo un juego de
los Yankees. Puedes arriesgar tu vida mientras estás sentado, en un
cómodo restaurante, almorzando con la familia. Ya no te tienes que
preocupar por calentar la calle. Ahora solo te tienes que dedicar a calentar el lenguaje.
Hay una forma de vida en las redes sociales que ha encontrado en el extremismo su propio espacio.
Se trata, evidentemente, de usuarios que, de entrada, reúnen dos
condiciones básicas: les sobra tiempo y no tienen apremios económicos,
no necesitan ocuparse en algo, sea trabajar o formarse en una cola. Por
lo tanto, su angustia, no dudo que muchas veces con la mejor de las
intenciones, se concentran en el país. En lo que pasa y no pasa en el
país. Venezuela está moviéndose de manera constante en
su monitor y en su ansiedad. Y frente a ella se sientan y teclean. De
manera frenética. Entran a jugar en un mapa digital que, por momentos,
confunden con el mapa real del país.
Siempre es tentador crear una ficción lúdica que, desde afuera, nos
permita resolver casi mágicamente los problemas de la realidad. Ante las
enormes dificultades que existen para enfrentar y luchar contra el
poder que hoy nos somete, una fantasía más o menos formal, que trate de inventar espacios institucionales
en los que la justicia funcione y en los que no pueda entrar la mafia
que secuestró al país, tiene un gran atractivo. La idea de que un
decreto formulado en algún lugar puede transformar mágicamente nuestro
presente es, sin duda, casi irresistible. Pero también es quimérica. La
sentencia del llamado TSJ en el exilio quizás tenga un valor en el futuro, no lo sé. Pero suponer que el Gobierno no cae,
porque hay unos corruptos, colaboracionistas, negligentes o estúpidos
que no son capaces, o no se atreven, a cumplir con ese dictamen, es un
delirio. La velocidad de Twitter es engañosa y cruel. La realidad no
baila al ritmo del tuit.
En todos los sentidos y en cualquier dimensión. Por eso mismo es tan terrible, en momentos como estos, ver que la dirigencia opositora
continúa ausente, dividida entre egos y oportunismos, todavía pensando
en el protagonismo y la supervivencia individual. En solitario, ninguno
podrá lograrlo. Siguen sin entender que, mientras no se unan
verdaderamente, jamás serán una alternativa.
En coincidencia con esto, en el país del videojuego uno de las tramas
esenciales consiste en sabotear la unidad. Los soldados digitales no
hacen alianzas. Entran a la contienda para descabezar a impuros e
impíos. Avanzan a la siguiente etapa poniendo bombas a sus competidores
más cercanos. Cualquiera que se les parezca debe ser destruido. Viven
buscando entre las sombras traidores y delatores. No puede haber pactos.
Ellos son únicos. Ellos son los castos, los inmaculados. Tienen una
rara vocación restauradora. Organizan cacerías privadas, revisan los
árboles ideológicos de sus vecinos, exigen certificados virginidad
política. No solo saben lo que hay qué hacer. También quieren decidir
quién puede y debe hacerlo. Y, por supuesto, quién no.
Mientras tanto, lejos de las pantallas, pero cerca de Miraflores, unos vecinos organizan su desesperación gritando y protestando,
enfrentándose directamente al Gobierno. Quizás ninguno de ellos tiene
cuenta de Twitter. Pero si existe una épica en estos días, hay que
buscarla ahí. O en las enfermeras y en los trabajadores
de la salud de Venezuela que hoy en día son un modelo de resistencia y
dignidad. O en los periodistas perseguidos por investigar y publicar los
casos de corrupción. O en las celdas del Helicoide…Una cosa es jugar. Otra cosa muy es muy distinta es hacer política.
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