ENTRE BOLSAS
Leandro Area
Las calles de Venezuela sin distingo de nacionalidad,
ubicación geográfica u otras excentricidades, están llenas de gente que lleva o
trae alguna bolsa. Es más, tal performance se ha convertido en expresión de
éxito personal y social, en orgullosa exhibición, y si acaso llegaran a
llamarte bolsiclón deberás sentirte antes que ofendido, honrado.
No me referiré a las colas pues ni en su acepción vial o
animal, ni tampoco pedestre, en la que
dándonos la espalda unos a otros, en fila india de hormigas amaestradas,
desfilamos hacia nuestro destino vergonzante. Así que más que sobre las colas
discurriré sobre las bolsas que cual
botín pirata se terminan rebuscando en el mercado de la casualidad.
Aquí entonces resulta que, por obra y desgracia del castro-socialismo
vernáculo, bolsa, en la dialéctica de las contradicciones, es pariente cercano
al éxito, al logro, a poder de compra, a la prosperidad, y no son sino
expresiones del orgullo social y patrio que nos embargan, y si no, tómele usted
la foto, perdón que está prohibido, a la cara de orgullo de la gente que sale
del mercado con un par de estas tripas transparentes sobre la grupera, envidia
de los demás colíferos mortales, que ni el mismo Don Juan Ramón Jiménez en su
“Platero y Yo” imaginó en lo que de insólito y denigrante tiene tal desprecio
para un jumento que se estime.
A todas éstas, soy proclive a pensar que esta realidad
requiere del análisis científico, en el que el tema de las colas, por ejemplo,
sea abordado por la Sociología y si no que lo diga Lipotevski, sí, Gilles, y el
de las bolsas por la Psicología Social que ha dado algunos pasos en tal sentido
a través de los descubrimientos de la Teoría de la Comparación Social o de la Disonancia
de Festinger. Ni siquiera Cortázar, con todo lo argentino que se quiera, logró
en “La Autopista del Sur”, afrancesado cuento, describir lo que podían tutearse
la necesidad y la genuflexión.
Más volviendo al terruño, no quedan dudas de que el asunto no
está tanto en la cola como en la bolsa, la que en definición marxista pudiera
ser concebida como una mercancía, pero que en nuestro caso, más allá de su
valor de uso y de cambio, habría que agregar otro, su inusitado estado de revelación,
de Dios existe, carnet de membrecía del jet set consumista.
El que ostenta una bolsa, sin distingo de clase, raza, religión
o preferencia política, en lo que llena aquél macuto transparente, se transmuta,
es persona distinta, echona ella. Tal vez por eso sea que hay individuos que
salen de su casa ya con las bolsas llenas para que les pregunten, para sentirse
henchidas de placer por el reconocimiento social que despiertan en las
vidriosas y envidiosas miradas del prójimo ni tanto.
Allá en Cuba balseros, aquí no más bolseros. Así estaremos de
bien que aquél espantapájaros filosófico que era Jean Paul Sartre lo expresó iluminado en El Ser y la Nada: “el hombre es
una pasión inútil”. La bolsa o la vida diríamos más bien por aquí, en todo caso
protagónicos.
Leandro Area
leandro.area@gmail.com
http://leandroareaopina.
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